Tomé la misma micro hacia el centro de concepción, ésta me dejó en el mismo
lugar de siempre, pasé a comprar el alimento para mascotas que siempre compro y
entré al lugar que solía ir siempre en verano. Conversé con las mismas
personas, arreglamos algunas diferencias y bajé la misma vieja escalera, ya no
era lo mismo, al final de ella ya no había nadie... Caminé por la galería en
soledad, dos hombres arrastraban bolsas de algodón enormes y como siempre,
personas abstraídas en sus celulares no se daban cuenta que ya no era lo mismo
de antes, seguí caminando, mas diferente que de costumbre. Salí a la
calle, la misma señora ciega cantaba donde solía hacerlo, la catedral imponente
me miraba de reojo y yo, iba cabizbajo a tomar el sol, ya no era lo mismo, me
molestaban mis manos, me increpaba mi cotidianidad y para variar mis ojos se
humedecían en recuerdos. Me encaminé a la micro, la misma que suelo tomar, la
esperé y pasó con algo de retraso, me
subí dirigiéndome a mi hogar, la misma música en el celular me acompañó (pero
tenía otro significado). Me extravié rápido en un mar de pensamientos y no era
un día común, ya no era lo mismo de antes, uno que no siempre fue así – este
día era diferente –y desde lejos mi
soledad me miraba extrañada, mis reflejos en los espejos me reclamaban ausencia,
lloramos ambos y me recogí en mi pequeño asiento del bus, y el día lo hacía
peor con su sol sin calor pues hacía frío y estaba triste, y la micro me
llevaba a mis obligaciones y bueno, la misma historia – la de siempre – pero con
algo diferente.
Haciendo lo mismo de siempre, una y otra vez, cuando notas que algo falta,
las diferencias pesan, lo cotidiano se vuelve extraño, te desdoblas en
recuerdos y no te reconoces, los reflejos reclaman ser.